La imagen es esta: vos me abriste la boca, me la abriste toda. No fue cuestión de violencia, sino de agresividad, como me gusta. Tiraste duro por mi lado derecho, como un tiro de esquina y golazo. So easy, my friend, so easy. Cerré los ojos y en la tela delgada de los parpados vi todos los colores girando como si fuera el cosmos (seguro lo era). Me zambullí. No lo dudé y me quedé bailando en el negativo de una lucesita que vi un segundo antes de cerrar lo ojos. Para dar besos no se duda, si se duda, son besos malos, irrepetibles, se sacan de la lista, se niegan. Los buenos besos no son solo boca, los buenos besos implican al universo entero, al medio ambiente, al ambiente completo, al caminante que pasa, a la música de fondo, al celador que nos iba a echar del parque porque era zona residencial y estaba tarde.
Al tercer beso, confiaste en mí o yo en vos o la noche en nosotros, y te pusiste un papelito cuadrado en la lengua “tiene tu nombre escrito, pequeñito” y nos quedamos un siglo derritiéndolo con la saliva, con el fuego, con unos tragos de vino rojo que nos pasábamos en pequeñas propulsiones de chorritos de boca a boca.
Y hablamos por turnos del pasado, como si quisiéramos entregarlo todo allí mismo porque “¿si me entendés?” y yo te entendía porque “yo también, marica. Yo también” y porque en noches así es más que necesario, para uno no quedarse con una mierdita inconclusa en el corazón. Y sí, nos entendíamos y nos reconocíamos aunque no nos conocíamos y más cuando nos dio “qué risa tan hijueputa” dijiste vos. Y hablamos de lo poco que se ríe cuando uno crece, como si fuera una capacidad que se pierde con los años porque antes en el colegio nos reíamos de todo, con todo el mundo, del mundo entero y todo el tiempo. Pero es que antes era todo so easy, my friend, so easy.
Y ja ja ja porque hay palabras graciosísimas como Entrañas, Esparadrapo, Sórdido, Sobaco y Cumbamba. Pero “ufffff” porque hay palabras preciosísimas como Madrugada, Capitán sin barco, Máquina del tiempo, Cometa, Albaricoque, Buena-mar y Melancolía. Y te advertí que las palabras puras se decían antes del beso y no después. Pero “yo no sé por qué para dar un besito hay que decir mentiras” y me contaste del beso que yo te daría cuando acabara de contarte todo eso. Y empezó a recorrernos un calambre por todo el cuerpo porque parecía que todo lo entendíamos, TODO porque a veces uno encuentra la fórmula para permutar el vacío por la vida mundana y fumábamos y nos tocábamos, y nos expusimos todo, porque cada cual tiene una lado oscuro de la luna y te dije que pensé que estaba gorda y agarraste lo firme y lo que no “porque usted lo que está es más buena” y me confesaste que te sentías más seguro cuando tenías plata en la cuenta y “pobre guevón” pensé yo. Y la lengua recorría todos los dientes y hacía cosquillas y te chupaba los dedos y te escondías en mi pelo y vos, te parabas y te sentabas y yo, me estiraba toda como tratando de tocar el cielo y me mirabas el cuello, y me rozabas la piel y ellas, por supuesto te apuntaban directo porque no hay nada más sincero que un par de pezones despiertos después de las tres de la mañana.
Cuando nos cansamos de conversar, reaccioné lucidamente y te dije que había que bailar, “tenemos que bailar”. Y habían luces, intermitentes, estalladas y yo ondulaba sin artificios mientras veía espirales rojos que asemejaban una deliciosa renuncia mientras Joe Strummer decía lejano the flower looks good in your hair. Pero se detuvo. Y ya no hubo más Mondo Bongo y me desesperé porque no quería polo a tierra. Me fui para el baño y vi que ya no era yo. Entonces me solté el pelo para propiciar calor porque sabía que si sudaba me iba a brotar agua de mar por los poros y el agua salada, ya sabemos, todo lo cura. “¿Todo lo cura?… Todo” Y hablamos de amor, de la miel en la punta de una navaja afilada y te conté que la única manera de cazar un lobo era enterrando un cuchillo en la nieve para que se embriague con su propia sangre, y te pregunté si hacías de lobo o de sangre y ja ja ja “pero tranquilo que la palabra Cuchillo no corta y por eso es tan bonita”
Y te conté y me contaste. Como si fuéramos dos expertos objetivos imparciales que no se untaran nunca. Y discutimos sobre si primero enamorarnos o follar porque finalmente el orden de los factores no altera los resultados porque lo que ha de ser será y no sabíamos si queríamos enamorarnos para follar o follar para enamorarnos, o las dos. Y sacaste un cigarrillo, y te encendiste una sonrisa carnívora y fumaste con las manos y el humo se describió sobre el aire como esos círculos viciosos “¿Por qué nunca son virtuosos?” y nos envolvió la inmensidad y finalmente, llegó lo que había presentido: perdimos el sentido del tiempo-espacio y ya no sabíamos si estábamos en el centro de Medellín o en el Brick Lane de Londres y no sabíamos si sí era hoy, o todavía era ayer.
Te dije las cosas a mi manera, accesible, como tendiendo un puente. Te conté que me habían pasado varias historias como trenes por encima de un tierno animal y te miraba escuchar, mientras pensaba que por más “parcerita” que me dijeras o por más natural que mi piel te pareciera, seguía esperando que me trataras como a una princesa. Porque hay ciertas cosas que no hago y digo “No gracias. No me gusta. No insistás” porque mientras más soy como quiero ser más única me siento y menos me parezco a las demás, que a veces son como yo y yo como ellas, que se parecen mucho entre sí porque dejan de ser ellas mismas, o nunca lo han sido pero a veces, especialmente los domingos al medio día, se dan cuenta. Y nos dimos cuenta de que ya era domingo, y me miraste desbocado, usado, desmesurado y desnudo y te dije huyamos, huyamos que nos coge la muerte y ya sabe uno que el azul reproche trae una oleada de gente trotando. Huyamos que la marea ya bajó, huyamos que total las calles aquí son estrechas y la próxima vez que nos veamos nos saludaremos de lejitos sin ningún pendiente, sin nada personal, sin nada en especial porque no me repito.
Pero el reproche, antes de subir a ponerle color al cielo se contuvo en tu mirada, y yo me reí malvada, pero hacia adentro y cerré la puerta del taxi porque me di cuenta de que yo no cabría en tu pequeño cuarto… de que no cabría en esta ciudad.